miércoles, 10 de febrero de 2021

La última broma de Elías

A veces nos es imposible darnos cuenta de lo que se puede llegar a extrañar una cara que vemos todos los días, cuando de pronto la vida te la quita. Cuando las relaciones que entablamos, se vuelven parte de lo cotidiano, uno no registra. Da por sentado lo que ve, no lo guarda. Y después?. Después viene el pedido silencioso al infinito, de poder verla una vez mas. En mi caso, cierro los ojos, y quisiera ver una vez mas esa sonrisa rapaz, esa que en conjunción con la mirada avispada, forman un equipo de picardía absoluta. Dí por sentado, que cinco días a la semana, esa cara iba a ser parte de mi panorama diario. La dí por hecho. No la registré, y un día no la vi más.

Cómo y porqué, nuestro querido Elías (alias El Buche) no esta más, puede alcanzar un debate eterno entre todos los que extrañamos su presencia. Que era joven, sin dudas. Los momentos accesorios a su final van a servir de conjeturas al principio; hablarlas entre nosotros, sus compañeros, quizás ayuden a encontrar un poco de consuelo; y después no le va a importar a nadie. Salvo por el hecho de que quizás algún día nos encontremos en otro lado. O en otro sueño. Repito, el cómo y el por qué, ya no cuenta. Elías no esta mas, y punto.  

A poco de transcurrida su partida, cada día que venía a trabajar, algo me recordaba a Elías. Se me venían las anécdotas, una tras otra. Con el correr de los días, reemplacé lagrima por risa. La aceptación me permitió disfrutar mas de haberlo conocido. A todos nos pasó lo mismo. Pero, sin dudas, lo que mas me empezó a faltar, era su picardía. O un comentario, o una broma; a mí o destinada a otro compañero; una contestación graciosa, una payasada, cualquier de sus cosas. Precisaba recuperar la sonrisa. Me dí cuenta enseguida, que estas pequeñas estupideces que solía hacer, sumaban a que sea agradable la jornada. Las daba por hecho. Ir a trabajar, también incluía a Elías. No importa cuando, pero sabía que diariamente, me iba a alegrar. Me iba a arrancar una carcajada, una sonrisa o me iba a motivar simplemente por su presencia. Creo que el 98% de las veces, su falta de seriedad, era lo que hacía que valga la pena estar coexistiendo laboralmente, en el mismo lugar que él. Lo padecí en ese restante 2%, pero ya no me interesa. 

Hacer una guardia en el depósito, fuera del horario normal, no es para cualquiera. No solo se necesitan ganas, o sacrificio quizás para irse de noche, a veces con frío o lluvia. También se necesita de tener un poco la cabeza fría, y tener coraje. Es un depósito grande. No entraré en comparaciones innecesarias con otros depósitos que tampoco uds conocen, pero hay mucho material, de todo tipo. Y el esqueleto del depo, es madera y acero. Por todos lados. La estructura y lo que contiene, en su gran mayoría es madera y algún metal. Y todo aquel que haya prestado atención en una clase de química o haya retenido el conocimiento, sabe que ante diferentes incidencias de temperatura y presión, la madera y el acero suelen expandirse o contraerse. Hablando en criollo, hacen ruido. Por ende, guardia nocturna en pañol = ruidos.

Como dije, cabeza fría y coraje. No era raro, que una guardia nocturna incluya ¨ruidos¨. Había varios factores que provocaban esos ruidos. Desde por supuesto, estas manifestaciones producto de la alteración termo climática de la materia, como así también la presencia de los felinos con los que compartimos la tenencia del depósito; algún material mal acomodado que en medio de la noche PLAC!, decide terminar de acomodarse, etc.
Pero, no alcanzaba solo con saberlo. Había que vivirlo. Ante esos ruidos, mas vale poner la cabeza en frío, y tener una explicación a mano, antes que venga sin invitación el miedo. No todo ruido de noche es fantasma. Pero, tenes que convencerte a vos mismo.

Durante una semana, a poco de la partida de nuestro compañero, hubo guardia. La gran parte de esa guardia la hice yo. Y todas las noches, a cada ¨ruido¨ del depósito, miraba e internamente quería que sea Elías. La puerta se cerró por el viento, pero Buche andas por ahí?. Crujía la madera que oficia de techo  arriba de mi cabeza, pero Buche sos vos?. En la otra punta del depo, en el entrepiso, se oye un ruido a metal, pero Buche sos vos?. Me causaba mucha gracia, que lejos de llamar a los Cazafantasmas, si se me aparecía Elías, iba a llamar al delivery de bebidas creo. Que ganas de verlo de nuevo que tenía!.

En medio de esa guardia, por cuestiones de calendario y descanso, mi compañera Gaby se hizo cargo del depósito por dos noches.
La segunda de esas noches, estando en mi casa, recibo el llamado de Gaby. Siempre pasa que uno no recuerde la ubicación de un material o tenga dudas sobre una situación advenida en particular y deba pedir soporte telefónico a algun compañero para culminar un pedido. Entonces, atendí tranquilo la llamada.

La voz entrecortada de mi compañera Gaby, mencionando mi nombre laboral de manera agitada, me asusto.

Cresta, ayudame, tengo miedo!

Su relato, teñido de susto, salía entrecortado.

A medida que Gaby me relataba lo sucedido, mentalmente iba reconstruyendo en tiempo y lugar, lo que iba sucediendo. Cómo si lo viese. Igualmente al otro día, al mirar lo sucedido en el monitor que vuelca el contenido de las cámaras de seguridad del depo, me di cuenta que lo visto mentalmente, era tal cual.

El fondo del depo, la bacha y al costado de esta, los tanques de 100lts contenedores de líquidos para limpieza mirando al frente. Los carteles de detergente, lavandina y desodorante para piso. Gaby, parada frente a estos, terminando de llenar bidones de 5 lts, acomodando los mismos ordenadamente en tres filas por cada líquido. El depo en penumbras. Una lampara a la altura de su cabeza, colgando inerte y brindando luz a su tarea de llenado, con el resto de los materiales como testigos entre sombras entrecruzadas debido a las luces que iluminan el mostrador de la entrada.
Gaby escucha, que adelante en la oficina, suena el radio que descansaba en su base, sobre mi escritorio. Una modulación. Alguien llamándonos.
Automáticamente, diría casi que todos así estamos programados, dejamos la tarea que estamos haciendo para ir a atender ese llamado. Mentalmente veo como Gaby agachada coloca la tapa de un bidón, se incorpora y se da vuelta, para ir a atender el radio.
Para completar esa misión, obligatoriamente debe pasar por delante del sector cerrado de productos de limpieza que esta a su izquierda; caminar en linea recta 25 metros, y alllegar al mostrador, doblar a la derecha y luego de 6 metros alcanzar el radio de mi escritorio.
Pero a poco de empezar a transitar esos 25 metros, justo dos pasos después de pasar por delante del portón del sector de limpieza, se detiene. Su cabeza obliga a sus ojos a mirar por debajo del portón. Y ver la luz. Ella, como todos los que trabajamos ahí, sabemos que hay una detector de movimiento que se activa desde adentro. Pero la sombra que cruzo de una punta a la otra de la puerta del lado de adentro, no venía con el combo. Se supone que es uno mismo el que activa el sensor cuando entra al sector de limpieza. De hecho si no levantas la mano, como fingiendo saludar a alguien a lo lejos, la luz no se prende.

En la camara, se ve que Gaby, al ver la luz y la sombra, acelera el paso y va directo a su celular que había dejado sobre el mostrador. Ignorando por completo el llamado del radio.

Ella jura que era un fantasma. Que se asustó, mas que nada porque sintió en todo su cuerpo, que alguien la observaba y se reía. Y me acordé de Elias.

Mientras intentaba calmar a Gaby, me reía. Mi escepticismo, le buscaba la vuelta lógica a la situación. No tarde en darme cuenta, que por muchas ganas que tenía, no era Elías. Era una de las gatas. Seguro. Y se lo dije a Gaby, logrando calmarla creo yo.

Al día siguiente apenas llegúe, fui rapido a ver el monitor con la imagen de las cámaras, y confirmé mis sospechas. Mientras Gaby estaba llenando los bidones, sin que se de cuenta, una de las gatas pasó junto a ella con el lógico sigilo felino que tanto los caracteriza. Y a la altura del tanque de Desodorante para pisos, la veo que dobla a la derecha por el pasillo que va al baño. Ese pasillo lo conforma la pared del depósito de limpieza, y la pared del fondo del depósito. Caso resuelto.

Al día siguiente, esperé a verla a Gaby para comentarle entre risas, que lo que creyó que era el fantasma de Elías, no era mas que la Suci. Una de las gatas. Y que así y todo, si sentía que era Elías, no debía asustarse. Al fin y al cabo, aunque una parte de mí no cree en estas cosas, si era Elías, no habría porqué temer. No se si mi reporte verbal fue suficiente. Una parte de Gaby, me miraba y no creía mi explicación lógica. Pero entendió, que aun de manera ficcionada, Elías nunca le haría un mal. Aunque sí, una travesura de las suyas.

Terminada la charla, y develado el asunto; luego de repetirle la anécdota a mis compañeros a medida que iban llegando a cumplir el día de trabajo en el depósito, mi vejiga me avisó que era tiempo de ir al baño. Riendo, fui desde el mostrador hasta el fondo, recorriendo a la inversa, el mismo camino que había hecho Gaby la noche anterior, invadida por el susto. Cuando me tocó pasar por delante del sector de limpieza, miré de reojo por debajo de la puerta. Y aunque no se veía nada por la oscuridad, imagine la luz prendida y la sombra de la gata cruzando de lado a lado, y ¨vi¨ el susto de Gaby y me reí con ruido sin dejar de caminar, pasando y doblando a mi derecha en el tanque de Desodorante para piso, igual que hizo la gata la noche anterior para meterse en el.....

Me quedé quieto. Deje de reír. Y por un momento, un frío me recorrió el cuerpo, empezando por la parte de atrás de la nuca y esparciéndose a todo mi ser. ¿ Por dónde había entrado la gata?
El pasillo era pared de madera a mi derecha, pared de chapa a la izquiera, y piso de cemento. El techo, la continuación del entrepiso. Grietas, 0. Y ningún lugar para filtrarse desde el pasillo hacia dentro del sector de limpieza. Nada podría haber entrado. Ni un ratón. Ni la mas pequeña de las cucarachas. Y sin ayuda de nada, empecé a reirme. Mas fuerte que antes cuando pensaba que una de las gatas del depósito, sin querer le había  provocado un susto a Gaby. Ahí me di cuenta, de que la realidad, estaba perdiendo el mano a mano con la ficción. Y mentalmente, vi al Buche riendose a boca abierta, agarrándose la panza. asustó a dos al precio de uno.

Ahora, no sé bien que pasó ni quiero buscarle una explicación. 
Me da mas alegría pensar fue la última broma de Elías, seguramente la que le había quedado pendiente.






martes, 20 de octubre de 2020

Deidad al Sol


Estar asoleándome no sé si es un placer o un derecho. Realmente no lo sé. Creo que depende de qué lado de mi cuerpo este siendo acariciado por el sol. O depende del momento del día en qué este insignificante pensamiento cruce mi mente. Mi mente brillante, colectivamente individual. 

Estoy desde siempre. El tiempo para nosotros, para mí, no es una preocupación. Mi civilización es ¡casi eterna!. Inclusive contar la cantidad de mundos donde estamos sería una pérdida de tiempo, sería tentar al olvido de alguno de ellos. ¡Injusticia! Todos son importantes. No podría cometer el pecado de olvidar alguno de estos lugares y con ellos, cantidades incontables de otros como yo.

Pero volvamos a la Estrella de este lugar. Sol, le dice ella!! Qué lindo que es. Aun cuando con los ojos cerrados, genera ese rubor bermellón que me lleva a un desierto de sueños y de conexiones con los míos. De un estado físico visible de sueño profundo, compartiendo mi realidad, a través de una conexión sin distancia con todo lo que somos. Con lo que soy. 

El descanso, sintiendo el calor en cada partícula de mi presencia física, es sistemático. Es casi un ritual. Siempre que el Sol quiera estar. Por supuesto, tanto poder no tengo. Creo que podría intentarlo…pero no le veo el sentido. Manejar el clima no es algo que nos preocupe.

Nuestra presencia en este mundo, es accidental. Porque no es la primera vez que vinimos, cuando finalmente nos quedamos. No. Nada de eso. La primera vez fue incómoda. No vimos siquiera la necesidad de hacer el intento de presentarnos y ser amados. Pero cuando volvimos a pasar, el sitio se veía diferente. Inclusive, había nuevas criaturas. Diferentes, más pequeñas. Y menos aprendidas que en varios de otros mundos, donde al menos al principio, mantenían una cierta distancia. La mínima y deseable les diría. En un 97%, ningún ser de otro mundo huele bien. El otro 3%, no disipa olores por sus cuerpos. Ni buenos ni malos. Pero también carecen de secreciones químicas que los hagan divertidos o disfrutables. Preferimos el 97% mal oliente. 

En este mundo, ni bien divisaron nuestra magnánima presencia, se abalanzaron hacia nosotros con plena y eufórica intención de alabanza. Nos tocaban. No recordamos sensación colectiva de higiene tan grande como en ese momento. La pulcritud no era una opción en los comienzos.

Pero heme aquí. Pasando mi existencia plena, con mis propios esclavos o devotos, como quieran llamarlos. No puedo negar mi apego hacia ellos. Son muy torpes, pero cada uno único en su forma. Demostrando día a día, o mejor dicho, cada tanto; su adoración mediante alguna que otra ofrenda. 

Qué lindo que se siente el Sol. En vez de seguir pensando, voy a comunicarme. A pesar de las extrañas melodías que empezaron a sonar, dejaré mi forma física cargando energía con cada rayo que llene cada molécula. Por dentro y por fuera. Como cada día. Siempre cuando yo quiero.


La joven salió de la cocina tarareando una canción. Agarro su teléfono celular, abrió la aplicación de la música al instante, y puso esa canción. Automáticamente, esa canción resonó en los parlantes que estaban prolijamente colocados en unos estantes, cerca de la ventana.

Sujeto firme el termo de mate. Agarró el mate con la otra mano, sin dejar de bailar el comienzo de su canción favorita, y fue bailoteando alegremente hacia su balcón. Cruzo las piernas y fue descendiendo, lenta y armoniosamente hasta sentarse como nativa, en el piso. Cerró los ojos y miró al Sol mientras empezaba a cantar su canción. La que llenaba el aire matinal de sábado. 

Se sirvió el primer mate y miro a Lechuga, su gato. Su hijo, su amigo, su Dios, su mascota, su tigre. Su compañero. Estaba dormido, de costado. Con el sol dándole de lleno en ese lomo amarillo. Lo acarició cuán largo era, sintiendo la tibieza del sol en los pelos sedosos. 

Qué placentero que es verlo dormir, pensó. ¿Con que estará soñando?.


miércoles, 2 de septiembre de 2020

La calle del banquito.

Faltaba un día para irme. Me tomé la semana entera para mi. Estaba cansado, extenuado de años sin descanso. De trabajar y lidiar con las vida misma. A veces injustamente cuesta arriba y otras, molestas como un día normal. Me subí a un micro y me fui. Elegí ese pueblito porque un amigo que iba seguido me habló de paz, tranquilidad, paisaje y otras cualidades que ESE yo, no retuvo. Estaba prendido pero no grabando.  

Me hospedé en un Hotel familiar de pocas habitaciones, y muy lindo. Gerardo, el dueño, todos los mediodías prendía un fuego en la parrilla y por una suma irrisoria, podías comer algo distinto , pero a las brasas. Pase toda la semana yendo y viniendo por el pueblo. Sacando fotos de acá y de allá. Tomando mate mientras paseaba, durmiendo siestas divinas, conociendo personajes pintorescos propios del pueblo. Un par de veces, a la noche, me iba al costado de las vías abandonadas. En otros tiempos, seguramente ese tren llevaba y traía, gente y cosa, de pueblo en pueblo. Ahora, solo era testigo de los animales y de los solitarios que se hacían fogatas mientras pensaban en nada.  Me relaja mucho prender un buen fuego, aún en verano. Puntualmente, había una callecita en el pueblo, mas bien diría era un fenómeno que ocurría sólo en dos cuadras de una misma calle en realidad, que me llamo la atención que tenga banquitos en la vereda. Como si la vereda fuese una plaza. Cada 15 o 20 metros, había un banquito casi sobre el cordón. Habría alguien que precise descansar, por caminar un pueblito?. Quizás si. 

Ese ante último día, me senté en uno de estos bancos. De espaldas a una casa blanca llena de arboles y plantas, en diagonal a un puentecito por donde pasaba el tren. Miraba lo que serían unas tres o cuatro fotos de mi cámara. Miraba a donde ya me había llevado esa imagen. El puente, con el arroyito abajo, las vías, los árboles. Formaban una imagen muy relajante. Casi sin tiempo. Y justo en eso pensaba. En el tiempo. Por qué tengo tan poco tiempo?  Por qué siento que siempre estoy apurado? Por qué me doy cuenta de los momentos, siempre después? Por que disfruto al recordar y no en el momento?. Me preguntaba a mi mismo, sin poder responderme sinceramente ni estas ni otras preguntas. Este viaje creo, fue para tener el tiempo de mi lado. Moverme a mi ritmo. Disfrutar en vivo y en directo. De todo. Y estaba sentadito en ese banco, mirando esa foto real, decidiendo como iba a tomarme el tiempo al volver a mi vida. O bien, como hacer para no volver a esa esclavitud temporal auto infligida. Irónicamente, miré mi reloj. Eran las 11:53 hs. Empezaba a tener hambre pero aún faltaba un ratito para el mediodía. Había desayunado temprano. Mis manos nuevamente entrelazadas descansaban sobre mis piernas, estaba listo para seguir metido en mis preguntas, cuando una voz, atrás mío, me invitó a darme vuelta: "Estas perdido muchacho?". 

La señora que me habló, debería tener algo así como 70 años. Poco más o poco menos. La tonada en la pregunta me dio a entender que era oriunda y nativa de ese lugar. Le dije que no. Que me gustaba la imagen del puente. Y que simplemente estaba conversando en silencio conmigo mismo. Se rió. Me dijo que era muy sano conversar con uno mismo. A veces las respuestas correctas están adentro, no afuera. En un ágil movimiento, abrió la puertita de madera, caminó hacia mí mientras yo me paraba, levantó la mano como un cacique y me saludó. Soy Ana, se presentó. Y no paraba de sonreír. Muy a mi manera me presenté, me identifiqué como vacacionante en el pueblo, y nuevamente comenté mi situación. "Sentado y pensando sra. Ana" le dije devolviendo la sonrisa. Ella me invitó a pasar. Qué si quería sacar fotos, su jardín brindaba hermosas vistas y muchos colores. Y si me interesaba, me mostraría sus fotos. Ella también amaba la fotografía. Las que ella sacó de joven eran su principal tesoro, dijo. Y si, entré. Así como ella no debe de haber sentido nada peligroso en mí, juro que nada en la Sra. Ana me había parecido raro. De hecho se sentía como la casa de un amigo o de un pariente. No tenía planes, y un poco de roce autóctono me venía bien. La tranquilidad me hizo mas sociable que de costumbre. 

La casita estaba en el medio del lote. Rodeada de un prolijo jardín. En el fondo había varios arboles y una huerta. De esos arboles colgaban frutas. No en todos, ya qué identifiqué un árbol de duraznos, y se veía como que le faltaba un tiempo. Imagine fruteras en la mesa y mermeladas en invierno. Y no me equivoqué. El tour de ese mini ecosistema, finalizó en la cocina de la Sra Ana. Que agradable señora. Me sentía ávido de escucharla. Cada árbol, cada planta, cada rincón de ese jardín, tenía una historia. Siempre de cuando era pequeña. No imagino esa parcela sin ese jardín. A veces, cuando desviaba la mirada de todo ese verde, para seguir la historia que la Sra. Ana me contaba, me daba la impresión que ese parque arbolado, era un bosque. E inmenso. Ni bien se me formaba esa idea, volvía a mirar esos arboles y volvía a materializarse el alambrado, y el campito de la casa de atrás.

Me llevó hacia la casa. Cuando entré a la cocina, los olores a festín, me lavaron la cara. Era el olor a la casa de mi abuela. Era el olor de la cocina de corazón, de esa que se prepara para alimentar el alma. Como intuyendo que tenía sed, la Sra. Ana me sirvió un vaso de limonada fresca, ¨ del árbol de limones que da la mejor sombra en verano, que jamás haya dado algún otro árbol en el mundo ¨ me dijo sonriendo. Hacía calor, y la verdad, que mientras miraba el puentecito, no me había dado cuenta. La sra. Ana movió un par de cosas en la vieja y usada bajo mesada, se oyeron cacerolas correrse y caerse, y un quejido típico, lo que buscaba estaba caído atrás; se ató un delantal a la cintura, y de frente a mí me dijo, sosteniendo un sarten viejo y usado: "Imagino que tiene hambre también, y no se va a ir de acá sin probar mis milanesas". Yo no sabía si reír o llorar. Me dio alegría y nostalgia. No acordarme de mi abuela, era imposible. Me estaba acordando del olor a perejil en su cocina cuando era chico, y justo me viene a ofrecer milanesas. Mi sonrisa y mi cuello, dijeron que si. Me sentí nieto prestado, pero feliz.

Milanesas con puré de papas. Mientras cada bocado maridaba con una sonrisa en mi rostro, escuchaba las historias sobre su infancia en el pueblo y  su familia. Me hubiese gustado compartir alguna de esas navidades de antaño ahí. En un lugar así, entre la familia y los amigos del pueblo, comer en la calle, familias enteras; jugar, bailar y divertirse rodeado de esa paz. Muy familiar. Casi me sentía estar presenciando cada anécdota. Me sentía allí. Y nuevamente, volví a sentir cómo cuando iba a pasar los fines de semana a la casa de mi abuela, me sentaba a escucharla contar las historias de siempre, plato de algo casero de por medio. Y las milanesas. Juraría que eran IGUALES a las que me preparaba mi abuela. O al menos, a lo que podía recordar. Inclusive el puré. Pensaba en esto a cada bocado. Idénticas. Como si me estuviese leyendo la mente, me dijo de manera cómplice, ¨ intenté hacerlas igualitas a las de tu abuela, no se si me salieron bien ¨. Sin dudarlo le dije que si. Tres veces dije si. Me sorprendió, justo que pensaba en eso. Sentía y casi veía, como si estuviese mirandome parado frente a un espejo, que tenía la mirada aniñada, casi tímida en ese momento, y desconcertada. Eso le debe de haber causado mucha gracia. La sra. Ana tiró la cabeza hacia atrás como si el cuello hubiese dejado de cumplir la función de sostener la cabeza, y soltó una carcajada hermosa. Cálida. Y yo también me empecé a reír, contento. Hacía mucho tiempo que no sentía esa libertad de poder reírme sin tener en la cabeza un solo pensamiento que sea eco de la responsabilidad diaria de ser adulto. Sin estar pensando en cuentas que pagar, proyectos por venir, en la seguridad y bienestar de mis seres queridos, etc. Me sentía feliz y cómodo; aún cuando una parte mía me preguntaba si nos habían leído la mente o solo era un parecer.

Mientras me sacaba la servilleta de mi regazo, me encontré con la mirada tierna de la sra. Ana, clavada en la mía. Inquisitiva pero no violenta. Como si estuviese leyendo una etiqueta que tenía pegada entre los ojos. Y sin que pudiese siquiera respirar, me dijo: ¨Siempre apurado, usted. Aprendió algo de este lugar?¨. Me quedé en silencio. Cómodo silencio. Ella tenía razón. En definitiva estaba en el pueblo por ese mismo motivo. No recordaba haberle contado realmente el motivo de mi escapada. De hecho, no recuerdo haberle contado mucho de mí. Fui un gran oyente. Una buena audiencia de excelentes historias, y un comensal feliz de una comida sin tiempo. Y le respondí con la verdad. Fue una semana muy relajada, donde pude disfrutar del silencio. Donde pude pensar sin apuro. Y si, me sentía bien. Por primera vez en mucho tiempo, no estaba apurado. Y fue ahí, cuando la sra. Ana me dijo algo que mas tarde, no me iba a poder olvidar nunca más. ¨ Lo único que no vas a dominar nunca, es el tiempo que perdes. Por mas que te apures, el tiempo pasa igual para todos. No disfrutas un momento, porque estas planeando el próximo. Cuando vos estés dispuesto a disfrutar del tiempo en que vivís, vas a poder hacer con el tiempo lo que vos quieras  ¨

Tenía razón. Últimamente, siempre tenia algo que hacer. Últimamente, en las últimas décadas.

Me quedé un rato mas, no sin antes, habernos sentado en el jardín, bajo la sombra del famoso limonero, a ver sus fotos. Fotos de su familia, del pueblo, paisajes, de su niñez, de sus hijos, de su marido, amigos, vacaciones, etc. Lo mas sorprendente, era que en todas las fotos, toda la gente reía. Había fotos de bautismos, casamientos, cumpleaños. Todas, con gente feliz. Y de cada tanto en tanto, me hacía hincapié en ser felices a cada momento. Que disfrutaban cada juntada. Cada visita. Y yo asentía con la cabeza, deseando poder sentir y vivir así. Poder estar, sin medir cuanto tiempo. De ir y venir, sin tener una agenda. Me iba a obligar, al llegar a mi casa, a que mínimamente, una vez por semana, me lo iba a regalar para mí o para los míos. Ya sea para estar solo sin hacer nada, o para ir a visitar a mis afectos. A los que había dejado fuera de mi agenda vertiginosa, o no se habían podido adecuar a mis ¨ tiempos ¨. Un estúpido. Pero bueno, pasar la tarde ahí, seguro de algo bueno me tenía que servir.

Ya estaba entrada la tarde. La sombra del limonero entraba en la cocina. Miré la cocina por última vez. La sra. Ana me acompaño a la salida, hasta la puertita de madera blanca. Y antes de permitirme salir, me abrazó. Lejos de parecerme una invasión a mi espacio personal, también la abracé. Con la misma fuerza que abrazaba a mi abuela cuando llegaba a su casa o a mi mamá, cuando salía del colegio y la veía parada en la esquina. Como si esa sra. fuese familia, o amiga. O alguien que conocía de hace mucho y a quién le tenía un cariño especial. Me alejé caminando. Me dí vuelta dos veces. La primera vez, encontré a la sra. Ana saludándome también. Miré hacia el puente y seguí caminando. Cuando volví a girar, la sra. Ana ya no estaba. Y desde donde estaba parado, tampoco veía el banquito en la puerta de su casa. Pero algo más me llamó la atención.

Cinco minutos mas tarde, estaba entrando a la hostería de Gerardo. No me había olvidado de que debía estar menos atado a mi reloj o a mi celular. Pero, verlo a Gerardo de espaldas, atendiendo el fuego de la parrilla; y si a eso le sumamos que desde que estaba sentado en el banquito mirando el puente, no había vuelto a chequear mi reloj; me urgió la necesidad de saber que hora era. 

12:45 hs

Imposible!, exclamé.

Gerardo, cuando me escuchó que entraba al patio donde tenía la parrilla, se dio vuelta limpiando sus manos con un trapo. Me miró y sonriendo dijo: ¨Que pasa? Vio un fantasma? Espero que no le haya sacado el hambre, porque estoy terminando de hacer un matambrito a la pizza que se va a chupar los dedos ¨. Sentía mi boca abierta. El  mentón casi rozando el pecho. Y volví a mirar el reloj.  

12:45 hs. 


Y me acordé, de la sra Ana, las milanesas, y del tiempo.


miércoles, 29 de julio de 2020

Ud. no sabe!

Cuando les digo de donde vengo, me miran raro. "Soy del Libano" suelo decir con tono serio. Será que me hice adicto a esas caras de pseudo sorpresa y miedo al terrorismo sin fundamento.... ".....Libano?"......si, de Libano cerca de Gral Lamadrid, provincia de Buenos Aires, Republica Argentina.
Pero no vengo a contarles de dónde soy, aunque Libano sea un lugar de anciana belleza. Les quiero contar algo que sucedió en mi pueblo.

Libano no tiene muchos habitantes. Somos pocos. Pero nos conocemos. Cuando era chico, ibamos al unico colegio que había, inclusive había chicos de otros pueblos venían a nuestro colegio, y eramos un grupo de pibitos muy divertidos. Con muchos de ellos aún hoy nos seguimos viendo. Con casi todos. 
Mi amigo Lito, era uno de los mas divertidos del grupo. Desde que nos conocemos siempre estaba jugando a algo. Aún estando solo, eh?. Desde meternos en alguno de los campos y jugar a la guerra hasta escuchar que nos largaban los perros, o bien de hacer carrera de carros en la bajada de tierra que estaba al costado de la tranquera del campo de Don David, o jugar a la pelota, a las escondidas. Siempre en banda para jugar a algo! 
Pero mi amigo Lito, era muy mentiroso también. Muy mentiroso y exagerado. Siempre tenía un bolazo o una excusa a mano. A veces su mentira nos salvaba. Otras veces la padecíamos. Quizas su mala suerte era la falta de testigos. Un día nos dejó plantados en un fulbito contra los de 7mo grado (atajaba muy bien). Nos dijo que estaba viniendo y que lo corrieron 15 encapuchados armados con ametralladoras justo cuando cruzaba por el campo de su Tío Quintín, que habían bajado de camiones y que venian para usurpar las tierras. Seguro la madre no lo había dejado venir. Igualmente nosotros nos amuchabamos deseosos de oír sus historias, sea mentira o no. Y todas arrancaban igual: Ud no sabe!
El año anterior a la Bola de Luz, Lito faltó a un examen de matemáticas. Se habrá quedado jugando de más, que no estudió. No era un burro, era un niño alegre en demasía. Nosotros sabíamos que iba a estar todo ese día que faltó, escondido en el auto abandonado al costado de la ruta estudiando apurado, porque al otro día iba a mentirle a la maestra, y de hecho queríamos oir esa historia. Dicho y hecho. Al otro día, apenas entramos al aula, Lito se acerca a la maestra y cuando la queridisima Seño Graciela le preguntó porqué no había asistido el día anterior, nuestro amigo dijo: "Ud no sabe! Estaba muy triste seño. Se murió mi caballo Ico. Lo tuve que enterrar y estaba muy cansado por hacer el pozo y dormí todo el día. Estaba triste y cansado ". Y lo dijo con tanta tristeza que se me aguaron los ojos. A los 3 segundos me acordé que su papá tenía caballos, si. Pero que Lito ni sabía cuantos. No sabía andar a caballo. No tenía caballo. Y nunca había hecho ni el intento de agarrar una pala. Lito era muy bueno. Por supuesto que la maestra se secó sus lagrimas, secó las de Lito; y lo hizo sentar adelante para que haga el examen adeudado. Se sacó un 7. Seguro se sacó un 5 o un 6 pero la Seño Graciela ya había caído en sus trampa.
Pero, también es justo decir, que así como en algún momento la Seño Graciela se enteraría que Lito no tenía caballo; sus mentiras se descubrían o simplemente, eran increíbles. De ahí su fama.
Pero un día, que no me voy a olvidar en mi vida, pasó algo que cambió todo. Yo sé que ese día, me asusté mucho. Y Lito empezó a dejar de mentir.
Era martes. Las clases ya estaban terminando. Creo que faltaba esa semana y una más. Ese día había que presentar una carpeta con láminas que habiamos hecho durante todo el año y que debíamos presentar prolijamente. Esa entrega iba a ayudar a sumar algun puntito como para pasar Taller de ciencia. Yo no precisaba esos puntos, Lito si. Pero, todos debiamos presentarla por igual.
Al colegio entrabamos a las 7 de la mañana. En realidad entre 7 y 8 de la mañana, pero la idea era entrar antes de que empiece ese calor matinal seco que no te dejaba despabilar. Yo salí de casa un poco antes de las 7. Había claridad pero el sol estaba bajito. Se veía bien. Los campos verde oscuro pero aclarandose de a poco.
Del camino de mi casa al colegio eran 25 minutos caminando. Para cortar camino y hacerlo en 15 yo me iba por atrás de casa, bordeaba un alambrado y me sacaba a un caminito que daba al campo de Quintín, el tío de Lito. A veces, veía venir caminando a Lito y lo esperaba. A veces, él me esperaba a mi. Otras, no lo veía. Porqué no venía o por un simple desencuentro. Pero ESE día, el que me esperaba era él. Estaba paradito a 400 metros adelante creo. La claridad me permitía distinguir, a medida que me iba acercando, su gorrita roja y su mochila amarilla. A medida que acortabamos distancia, noté que me miraba fijo. Estaba quieto y mirandome. Caminé diez pasos mirándolo, sonriendo sin entender. Y de pronto me quedé quieto. Noté una resplandor blanco que pasaba entre mis piernas. Cuando alzé la vista para mirar a Lito, noté que el resplandor se hacía mas fuerte y salía por arriba mío también. No me queria dar vuelta. Era como si estuviese parado en el camino de un tren silencioso que me encandilaba de atrás y que se acercaba muy rápido. Sin sonido. Miré a Lito, estaba a 50 metros mío, y la cara era de absoluta sorpresa. Estaba inmovil. 
Estaba paralizado. No tenía miedo. Solo estaba congelado. Quieto en el lugar. Y Lito con la boca abierta formando una O muy graciosa. 
De pronto, algo pasa por encima mío. No se si a 2 metros o a 50. Sentí y ví una bola de luz gigante que ocupaba todo mi ancho visual. Pero no encandilaba ni hacía doler la vista. La Bola de Luz pasó por encima mío muy despacio. Y cuando estaba sobre Lito, empezó a subir. Y a subir. Muy despacio primero. Y a medida que empezó a subir mas rápido, ví como Lito se elevó. Estaba cómo a dos metros en el aire, Lito se sacudió como intentando librarse de algo invisible; y cayó al piso. La Bola de Luz subió a una velocidad tal, que pareció desaparecer. El día volvió a ser día. Yo quedé petrificado. Miré a Lito que demoraba en pararse, pero cuando lo hizo me miró. Fijo. Aterrado y sorprendido con las piernas llenas de tierra por la caída. Y salió corriendo. Yo también. 
No sé a donde fue Lito. Yo corrí derecho, pasé de largo mi casa y seguí corriendo. Corrí y corrí hasta que respiré de nuevo. Frené abajo de los pinos que bordean el camino rural y me quedé ahí toda la mañana. Mirando el cielo. 
Cuando llegué a mi casa al mediodía como siempre, hable poco y nada. Pasé desapercibido entre el ruido de la televisión y mi hermanita jugando, siempre pensando en Lito. ¿Qué habrá pasado con Lito?.
Ese día no volví a salir. De a ratos me acercaba a la ventana y miraba el cielo. 
Al otro día, como nunca, me hice el tonto y caminé al colegio pero por el camino largo. El de mi casa que sale al camino rural. Y esperé a que haya mas luz, aunque nunca deje de mirar para todos lados. Y pensando en Lito. Que me diría cuando lo vea?. Yo decidí no contar nada en casa porqué..... porqué era increible. Porqué ni yo sabía que habia pasado.  Ni yo sabía que contar. 
Cuando entré al aula, Lito estaba parado delante de la maestra. Algo le estaba murmurando. La maestra le dijo que después le iba a pasar el tema del trabajo práctico que tenía que entregar la semana que viene. Si o si.
Yo me acerqué a la maestra, le di mi carpeta de láminas, le dije que me había sentido mal y me fuí a sentar a mi lugar. Sin dejar de mirar a Lito, que tambiénn me miraba serio.
En el recreo ni bien pude, lo agarré del brazo y me lo llevé abajo del arbol que usamos de arco en el fulbito. No llegué ni a abrir la boca que Lito abrió la suya: Ud sabe! Vió que no soy mentiroso? Yo no sé que paso!. Yo tampoco le dije. Corrí asustado y todavía no se que pasó. 
Lito me miró compungido y me dijo, " esos hijos de puta se me llevaron la mochila con las láminas". Yo no sabía que decirle. Hoy todavía me causa gracia la cara con la que me miró al decirlo. 
A la semana siguiente, Lito presentó el trabajo práctico en reemplazo de las láminas, sumo ese puntito que precisaba y Taller quedó en el pasado. 
Pero ese mediodía. El día después de la Bola de Luz, volviendo a casa mirando al cielo, le pregunté: qué le dijiste a tus papás? Qué le dijiste a la maestra?
Nada a nadie, me dijo. Quien me iba a creer? A la seño le dije que había perdido la carpeta. Se iba a enojar si le decía que se la llevaron los marcianos. No me iban a creer. 

El tiempo pasó. Nos fuimos yendo del Libano para estudiar y trabajar. Algunos seguimos volviendo porque quedan los parientes. Otros, como la familia de Lito, se fueron y no volvieron. A Lito no lo volví a ver nunca más. Pero cada vez que vuelvo a lo de mis padres, miro al cielo y espero que los marcianos hayan aprendido algo de nosotros, aunque sea a través de las láminas de Lito.


miércoles, 15 de julio de 2020

El Medidor

Cada cumpleaños, especialmente después de los 50, se lo festejaban cada vez más y con más opulencia. En parte porque el dinero acompañaba, pero también por evidente  necesidad. Y no suya. Mas bien del resto de la familia. A él las frivolidades no lo mosqueaban. No recuerda cuando, pero unos cumpleaños atrás estaba por servirse un vaso de su bourbon preferido (que valga la redundancia, no era el mas caro sino, el que lo había acompañado toda la vida), cuando de pronto escucha: "Don José, una foto con su hija" y al darse vuelta no había uno, había tres fotografos.
Don José, le pregunto a su hija menor al oído y de manera muy discreta, mientras posaba para la foto: "¿No alcanzaba con un fotógrafo?". A lo que ella entredientes le respondió: "Callate que son de las revistas, los invitó mamá".
Ahora a mí cumpleaños, venían fotografos de las revistas, pensaba mientras sonreía. Lo que faltaba.
No tenía nada que esconder. Nada que no haya sido escondido en su momento, nada fuera de otro mundo ni tampoco había una familia por ahí esperando a un ser querido que nunca iba a llegar. Nada de eso. ¿Un poco sucio el camino hasta acá?, quizás. No como otros. Necesario diría. De hecho, nadie se hizo millonario siendo monaguillo. 
De pequeño, sin querer, empezó a darle forma a su carrera de empresario. Siempre que terminaba de jugar a la pelota con los amigos, se iban al almacén. Se paraba en la puerta y juntaba las monedas de todos para comprar una gaseosa en botella de vidrio. La mas fría que el verano podía demandar. Pero un día, al pequeño José, se le ocurrió un "negocio". Por la misma plata que compraba la botella de vidrio, él quería las papasfritas también. Salió del almacén con dos escobas, al mismo tiempo que depositó una en las manos de uno de sus amigos, a lo qué les dijo con voz segura: "Barremos la vereda rápido y nos dan papasfritas". Nadie tuvo tiempo de retrucarle nada, dos minutos después juntó nuevamente las escobas para llevarselas al almacenero y al salir del almacén, lo hizo con la gaseosa de siempre y dos paquetes de papasfritas. De los grandes. Y lo amaron, ¿como no hacerlo?. 
Pero, si hay que poner clavo en el inicio de su actividad, hay que hablar del medidor del gas. Y del señor medidor.
Su primer año del secundario fue muy fructuoso. Sus actividades rendían pequeños e inocentes frutos, destinados a solventar sus primeros y adolescentes gastos. 
El principal de ellos, venía del alquiler de películas pornográficas. Había descubierto que en la casa de su tío, estaba habilitado el servicio de canales para adultos en el cable. Era la primera época, una novedad entre los grandes que se había filtrado entre las edades mas bajas. Su modus operandi era digno de contar. Se quedaba el fin de semana para pasarla con sus abuelos y su tío, y cuando se estaban por ir a dormir, en el menor descuído, insertaba en la videocassetera un vhs virgen, programaba en un horario de madrugaba y dejaba todo seteado para grabar, mientras dormía todo el mundo. Nadie sospechaba nada. Al empezar la semana de colegio, llegaba con material fresco para sus amigos, quienes luego de pagar una módica e inocente suma, se hacían del vhs hasta el viernes. Tenía 3 mas circulando. Con esos 4 vhs llenos de pornografía, el sábado si había baile, él se lucía. Si era en el boliche, pagaba gaseosas a todos en la matinee. Si era en una casa, llegaba con muchos snacks. A veces hasta más de los que ponía el dueño del baile. Alcohol no. Ni en el boliche ni en la casa del baile. Afuera si.
Antes de entrar al baile, siempre sacaba una petaca de algo. Se sentían grandes. Entre 7 u 8, se pasaban una petaca de algo, bien rapidito. Que no los vea nadie. Y entraban medio mareados, riendo; y corajudos para sacar a bailar a las chicas. Y las chicas siempre iban, porque ellos, tenían pinta de grandes. Fumaban y tomaban alcohol. "Son re copados" cuchicheaban después. 
Con el correr del tiempo, dentro de su menú, empezó a "vender" la bebida también. Era regalón, ojo. Pero si tenías una salida con otro grupo y querías llevar algo, antes tenías que verlo a José. Para que jugarsela uno yendo al almacén, corriendo riesgos de que los descubran sus padres. Se encargaba José.
No tenía ni 15 el Empresario juvenil, y te daba a elegir encima. Qué épocas.
Pero ¿donde almacenaba todo este joven emprendedor?. Si. En el medidor de gas. 
Había descubierto "la boveda", cómo le gustaba llamarla, un día que vió al señor de la empresa de gas, tomando los datos del medidor. Empezó guardando sus cigarrillos, después el licor, una botella de vino tinto sin etiquetas que cargaba con vino de cartón (porqué se dió cuenta que el vidrio mantenia mejor la temperatura) y los vhs. Bueno los vhs raras veces, ya que solían vivir alquilados. 
Un día, volviendo del colegio con los walkman puestos, dobla la esquina camino a su casa cuando de pronto ve con sus propios ojos, la espalda del señor del gas, saliendo de su casa y alejandose hacia el medidor vecino, guardando una botella en su morral. No hacía falta mucha ayuda para saber que era la botella de vino sin etiqueta. Se detuvo por un momento, pero no se puso nervioso. El sabía que esto podía pasar. Si bien no sabía a ciencia cierta cada cuanto venía ese señor, intuía que cuando sucediese, le iba a sacar algo. Era obvio. Abrir un medidor y encontrar botellas, cigarrillos, cómo no llevarse algo?. 
Eso sí, lo que no esperaba, era presenciarlo. Pero lo que hizo en ese momento, lo describe por lo qué es hoy.  Aceleró un poco el paso, pero al llegar a la casa contigua a la suya, fingió caminar normal, como si su casa estuviese a unas cuadras de allí. Escuchó a sus espaldas como el señor del gas cerraba la puerta de chapa del medidor de doña Ines, y luego la reja de la calle. Dejó que ese señor haga su trabajo en tres casas más, y lo esperó en la esquina. 
"La botella que ud sacó del medidor de allá atrás y qué puso en el morral, es mía".
La frase y la mirada del joven, sobresaltaron al señor del gas. Este se detuvo en seco al mismo tiempo que por reflejo, negó la acusación. " Yo no agarré nada" le dijo con sorpresa al joven. Nunca se iba a imaginar lo que venía. 
"¿Ud fuma?" le preguntó José al sorprendido señor del gas. 
"No", respondió seco el señor. Bueno, al menos ya sé que no me sacó los puchos, pensó José rápidamente. 
"Yo no sé cada cuanto venís, pero cuando vengas, ya vas a saber que llevarte. Te vas a dar cuenta. Pero NUNCA, abras el medidor si está mi mamá. Y NUNCA te lleves lo que no es tuyo. Siempre voy a dejarte algo en agradecimiento de que no vas a contar nada".
El señor del gas, quedó boquiabierto. No sabía si largar una carcajada y abrazar a ese pequeño personaje o salir corriendo asustado. Tardó 5 segundos pero asintió con la cabeza y se fué. No sin antes mirar dos veces hacia atras para ver al joven caminando a su casa. Quería asegurarse, a esta altura de la situación, que no venía corriendo con un arma en la mano. Parecía una película de gangsters.
Ese años pasó un par de veces más, y al año siguiente otras tantas veces, y siempre encontró una botella de vino con un moño. No era un vino caro, pero no dejaba de serle simpática la peculiar situación. Inclusive para navidad,  José lo sorprendió con una botella de sidra también. Había una nota pegada a la botella: "Felices Fiestas. Para compartir entre amigos. José". 
A las pocas semanas,  José salía de su casa para ir a jugar a la pelota con los amigos, y al cerrar la reja para irse, lo vé venir al señor del gas. Algo le llamó rapidamente la atención. Esta vez no tenía el conjunto marrón de siempre, con las siglas de la empresa de gas en la solapa del bolsillo. Venía caminando en shorcitos y remera. Con una bolsa pequeña de papel madera en su mano. 
"Hola José!", saludó con confianza. No hacía falta presentaciones. " Te quería traer un regalo a vos esta vez". A José lo tomó por sorpresa. Extendió la bolsa hacia él y este, curioso como cualquier joven de su edad, vio una petaca. Y por la etiqueta, de las caras. Ya la había visto en un poster de su banda de rock preferida y obviamente, en la vidriera de bebidas importadas de la galería del centro. Y esa misma etiqueta, blanca y negra donde leía la palabra BOURBON, siempre le había llamado su atención. 
El señor del gas, resulta que iba a empezar a trabajar por cuenta propia y ya no vendría a tomar los datos del medidor. No iba a venir más, pero tampoco podía dejar de cerrar esa relación con el joven José. Esa extraña relación con secreto de por medio. Le explicó a José, que su compañero próximo a reemplazar su zona, ya estaba al tanto de SU medidor. Que el secreto se mantenía. Y que el nuevo señor del gas, no tomaba alcohol, pero fumaba. Cigarrillos negros.
José sonrió agradecido por el dato, estrechó la mano de su primer confidente y le deseo exitos en su emprendimiento.
Nunca más se volvieron a ver.
Y ahora, mirando el vaso de bourbon que sostenía en su mano, agradeció en silencio ese regalo. Esa petaca de las caras. Y sonrió para la foto de los seis fotógrafos, mientras su esposa sonreía emocionada detrás de estos.





miércoles, 8 de julio de 2020

Golosinas

Metió la mano en el bolsillo derecho de su campera y sacó una barra de cereal. O mejor dicho, media barra de cereal. De manzana. Odiaba la manzana. Pero no había mucho que elegir últimamente.
Mientras comía se asomó por el hueco del ascensor 2 y contempló la nada misma hacia arriba y hacia abajo. La semi oscuridad en el hueco recorría 3 o 4 metros hacia ámbas direcciones. No mucho más. Solo veía la escalerilla de mantenimiento, ubicada entre ambos huecos, y escombros donde debería estar el hueco del ascensor 1. 
La poca luz que había, provenía de las luces de emergencia del estacionamiento a sus espaldas, mas precisamente de 4 hileras de plafones que le ayudaron a no enloquecer (según su reloj), los últimos 4 días. La luz entraba por el hueco que había logrado abrir entre los escombros, con sus propias manos, dejando ver detrás de él, una cueva artificial con paredes de cemento derrumbadas del tamaño de una oficina. Y la maquina de golosinas y gaseosas.
Había enviado un mensaje de texto a su hermana antes de poner su teléfono celular a cargar debajo del escritorio de Recepción y luego había bajado por el ascensor a tomar algo, era su break de 5 minutos. Saliendo del ascensor 2, a no mas de 4 metros estaba la misma maquina de golosinas y gaseosas que le había hecho compania en cada descanso de 5 minutos de los últimos 5 años. Prefería bajar al segundo subsuelo, al estacionamiento, y no "descansar" en un salón comedor lleno de gente o en alguno de los bares ostentosos emplazados en la galeria que adornaba la base del edificio.
Lo último que recordaba era haberse agachado a buscar la latita de gaseosa que le entregaba la maquina y después, el ruido. El mas fuerte y aterrador que había oído en su vida. Miles de explosiones dentro de explosiones que duraron horas. ¿Como saber cuanto tiempo pasó?. Vivió una pesadilla de incertidumbre, terror e incredulidad por una eternidad.
Cuando se animó a mirar, esos plafones que nunca dormían, iluminaron un espacio, estaba encapsulado en el estacionamiento. Dentro de esta capsula, él y la maquina de golosinas y gaseosas. Se cayó el edificio encima y estaba vivo. En una cueva artificial encerrado con una maquina de comida y bebidas. Bueno, pensó. ¿Lo peor con suerte?. ¿O una agonía de dulzura hasta que se acabe el oxigeno?
Ahora lo único que tenía por delante en su vida, era pasar por la puerta del ascensor, girar, agarrar cada uno de los peldaños de acero incrustados a la pared entre los huecos, simulando una escalera. Antes, era util para que los técnicos suban y bajen para reparar los ascensores. Ahora, era quizás, una esperanza. No sabía, en esa oscuridad, cuantos metros iba a poder subir. Que no haya escombros en ese hueco le indicaba o bien que el ascensor estaba sosteniendo el peso del edificio (y por supuesto como dejar de pensar que iba a sostenerlo sólo hasta que él este subiendo, para colapsar y matarlo horriblemente); o bien los escombros eran tan grandes que tapaban el hueco y el ascensor....bueno, de ser así ya no importaba.
A medida que subía cada peldaño, cerraba sus ojos y tanteaba con la mano izquierda para guiarse. Sí lograba seguir subiendo primero debería poder tantear la puerta del primer subsuelo, siempre esperando que su cabeza no choqué contra nada. Eso significaría un techo de escombros o el ascensor que mantiene todo un edificio caído encima.
La puerta llegó. Sintió en sus dedos lastimados el frío del metal. Bien. Tenía que subir un piso mas y lograr abrir la puerta del lobby. 
Ya había pasado tiempo pensando en por qué nadie había hecho ese camino a la inversa para rescatarlo. Por qué no le llegaba mas ruido que el de derrumbes y no de sirenas.
Llegó a la puerta pero no pudo abrirla. Disponía de una sola mano para hacer fuerza. Y la pierna. Su otro hemisferio corporal estaba parado y sujeto a la escalerilla. Lloró en los últimos intentos por la desesperación. Pero tenía que seguir intentando. O seguir subiendo.
Le dolían los dedos. Ya no le quedaban uñas en la mano izquiera de tantos intentos de abrir puertas inutilmemte. Varias veces casi resbala del peldaño pudiendo caer, a una altura de 4 o 5 pisos. O 6. Había pasado la puerta del lobby y otras más. No podía mantener la cordura en ese momento y menos contar o recordar. A veces se abría un espacio entre escombros del hueco vecino pero meterse ahí buscando la otra puerta no era una opción. 
La puerta que pudo abrir, abrió facilmente. Sin resistencia. Solo abrió una de sus paneles. Suficiente para pasar haciendo una pequeña contorsión.
Cayó de espaldas en el piso de alfombra y en su empapada y sudorosa espalda se clavaron miles de pequeñas piedritas. ¿Que importaba?. Se durmió inmediatamente en la oscuridad. O se desmayó por la tensión del momento. Imposible saber.
Cuando abrió los ojos, distinguió que la luz de emergencia ubicada en el pasillo de ese piso, estaba obstruida apenas por un panel de cielorraso. Lo retiró con la mano sana, desprendió el pequeño artefacto encendido sobre su soporte y pudo distinguir el apéndice del pasillo a su izquierda, o sea la salida del ascensor 1 en ese piso e inmediatamente después, la puerta de la escalera de emergencia. Pero el pasillo, que debería correr frente a él y que daba a las habitaciones, estaba completamente obstruído por el derrumbe delante suyo. Ok. Solo podía ir hacia su izquierda, a las escaleras de emergencia y rezar que no haya un derrumbe del otro lado que le impida abrir. Casi. Al mirar hacia arriba era evidente que el derrumbe era real, pero había escalera para subir un piso mas. Era otra oportunidad de no morir. Quizás.
Subió apresuradamente sujetando la luz, miró el número 11 pintado en la pared sin dejar de subir y riendo. El cálculo de pisos en la oscuridad del hueco de un ascensor durante un ascenso a ciegas, no era su fuerte claramente. Agarró el picaporte y al abrir la puerta que daba al pasillo del piso 11, lo envolvió la noche.

El amanecer lo encontró, un rato mas tarde, sacandole un trozo a una nueva barrita de cereal de manzana. Al morder, la manzana ácida se mezcló con la sal de sus lagrimas. Los primeros rayos de sol brillaban en sus ojos inundados. 
Al abrir la puerta del piso 11, no había un pasillo. Solo un semi rectangulo de piso, sin techo ni paredes. Se podía decir que estaba contemplando la nueva terraza pero en el piso 11, de un ex edificio de 46 pisos. Y el horizonte era de polvo y humo.
No había ciudad. No había mas rascacielos. No había calles. No había nada. Lo que fuese que había ocurrido, por supuesto él no lo sabía, se había llevado TODO. Esa no era zona de terremotos. Y su país no estaba en conflicto con nadie. Ahora el paisaje eran solo incendios, y abajo se distinguía un baldío de destrucción y autos achicharrados. Torres derrumbadas no mas altas que la misma torre que le había servido de techo durante 5 años, puestas como hileras de dientes mal crecidos y torcidos, en la boca de un monstruo.
A medida que salía el sol, la destrucción se expandía hacia todos los puntos cardinales.
El guardó su barra de cereal en el bolsillo derecho de la campera y pensó con tristeza cuanto iba a extrañar a las manzanas. 


miércoles, 24 de junio de 2020

La Fila

Nunca estuve en lugar con tanta luz. Y creo que estoy ansioso. O al menos creo que esta seria la palabra. Recuerdo que normalmente, cuando me ponía ansioso, me sudaban levemente la palma de las manos. Y me provocaba mover los dedos. Como el cowboy de las películas en pleno duelo. Pero ahora mis palmas están bien. Secas. No cómo antes de rendir el último examen de la facultad, Dios sabe que ese día estaba ansioso. 
La Fila es larga. Hay muchos como yo. No conozco a nadie. Pero a su vez, conozco a todos. O al menos entiendo que les pasa y en que están pensando. Están en SU momento.

El momento, o para llamarlo mas adecuadamente, MI MOMENTO, no se mide en tiempo. Justo después de entender lo que pasó, empecé a ver. Y al mismo tiempo que mejor veía todo, empecé a conocer, a saber. Todo. Por ejemplo, imaginate por un segundo si toda la primaria, la secundaria y la facultad, libros, enciclopédias, todo todo todo se adhirieran a tu cerebro en una milesima. En un flash. De pronto siempre estuvo ahí. Increible. Todo conocimiento. Y comprensión. Si. Comprensión instantanea de lo que me había pasado. 
Ahí mismo, recordé lo que era sentir la duda y el misterio. Pero se podría decir que en ese segundo bigbánico de iluminación, la duda y el misterio hubiesen sido reemplazados por la sorpresa y la alegría de saber, y de entender. Y aún sabiendo (o entendiendo) que todo esto solo era un  momento. Pero acá estoy, y sé que no me importa. 
A medida que voy acercandome a la zona mas brillante, miro hacia atras y la Fila llega mas allá de lo que puedo ver. Veo mucha gente. Todos conocidos. Y a su vez todos desconocidos. 
Y cuando miro hacia adelante, lo hago con una sonrisa. Ya no tanto con sorpresa, nobleza obliga tengo que admitir que ni mi frondosa imaginación mínimamente lo intuía. Justo ese conocimiento no vino en el paquete de instalación masivo de datos que sentí. Ya lo traía puesto. 
Caminando hacia mí, del brillo veo venir un gato. Un hermoso gato, de varios colores y con un pelaje tan brilloso que a duras penas podría decirles de que color era. O si tenía manchas o si era atigrado. No sé. Me da la sensación como que el mismisimo brillo, emana de él. Y ahí comprendí. Y conocí. Y me reí. Porque aún siendo un niño quize creer que los animales eran especiales. Y lo que estaba pasando, me daba la razón. Lo que estaba viviendo, fue lógico toda mi vida. Y ahora sabía. 
Mientras me regocijaba con su contacto, el gato caminaba y me guiaba. Pasaba por entre mis pies y se frotaba en mis pantorrillas. Siempre caminando conmigo, hacia adelante. Miré apenas hacia mis costados, nunca dejando de acariciar la cola del gato que me pasaba por el costado de mi pierna, y ví a otros como yo. Y pude distinguir qué no solo había gatos. Había desde perros obviamente, hasta serpientes y osos. Ví pajaros, y hasta una persona corriedo con una ardilla. No había sorpresas ni misterios, cada uno acompañado de un animal.
Finalmente llegué. Había una silueta de donde todo convergía y hacia ella era donde me estaba dirigiendo. Y el brillo. Ahora todo brillaba. 
Y de pronto de la silueta salió una voz. Muy familiar. Tan familiar, que no pude distinguir de quién era. Serena y firme. Y la indicación. Segura y obvía. 
"Portate bien. Y ya sabes que te estoy mirando."
Bajé la mirada como quedandome dormido, y me encontré la mirada del gato. Y dentro de su mirada, la verdad. La verdad absoluta.

Avancé hacia adelante mientras me iba adormeciendo. Y a su vez, en mi ultimo pensamiento, entendí que estaba por nacer. Otra vez. Que voy a volver a ser. Y que una vez que vuelva a nacer, iba a olvidar todo esto. Inclusive que siempre hay alguien que nos vigila. Y ya sabemos a traves de los ojos de quiénes.