miércoles, 29 de julio de 2020

Ud. no sabe!

Cuando les digo de donde vengo, me miran raro. "Soy del Libano" suelo decir con tono serio. Será que me hice adicto a esas caras de pseudo sorpresa y miedo al terrorismo sin fundamento.... ".....Libano?"......si, de Libano cerca de Gral Lamadrid, provincia de Buenos Aires, Republica Argentina.
Pero no vengo a contarles de dónde soy, aunque Libano sea un lugar de anciana belleza. Les quiero contar algo que sucedió en mi pueblo.

Libano no tiene muchos habitantes. Somos pocos. Pero nos conocemos. Cuando era chico, ibamos al unico colegio que había, inclusive había chicos de otros pueblos venían a nuestro colegio, y eramos un grupo de pibitos muy divertidos. Con muchos de ellos aún hoy nos seguimos viendo. Con casi todos. 
Mi amigo Lito, era uno de los mas divertidos del grupo. Desde que nos conocemos siempre estaba jugando a algo. Aún estando solo, eh?. Desde meternos en alguno de los campos y jugar a la guerra hasta escuchar que nos largaban los perros, o bien de hacer carrera de carros en la bajada de tierra que estaba al costado de la tranquera del campo de Don David, o jugar a la pelota, a las escondidas. Siempre en banda para jugar a algo! 
Pero mi amigo Lito, era muy mentiroso también. Muy mentiroso y exagerado. Siempre tenía un bolazo o una excusa a mano. A veces su mentira nos salvaba. Otras veces la padecíamos. Quizas su mala suerte era la falta de testigos. Un día nos dejó plantados en un fulbito contra los de 7mo grado (atajaba muy bien). Nos dijo que estaba viniendo y que lo corrieron 15 encapuchados armados con ametralladoras justo cuando cruzaba por el campo de su Tío Quintín, que habían bajado de camiones y que venian para usurpar las tierras. Seguro la madre no lo había dejado venir. Igualmente nosotros nos amuchabamos deseosos de oír sus historias, sea mentira o no. Y todas arrancaban igual: Ud no sabe!
El año anterior a la Bola de Luz, Lito faltó a un examen de matemáticas. Se habrá quedado jugando de más, que no estudió. No era un burro, era un niño alegre en demasía. Nosotros sabíamos que iba a estar todo ese día que faltó, escondido en el auto abandonado al costado de la ruta estudiando apurado, porque al otro día iba a mentirle a la maestra, y de hecho queríamos oir esa historia. Dicho y hecho. Al otro día, apenas entramos al aula, Lito se acerca a la maestra y cuando la queridisima Seño Graciela le preguntó porqué no había asistido el día anterior, nuestro amigo dijo: "Ud no sabe! Estaba muy triste seño. Se murió mi caballo Ico. Lo tuve que enterrar y estaba muy cansado por hacer el pozo y dormí todo el día. Estaba triste y cansado ". Y lo dijo con tanta tristeza que se me aguaron los ojos. A los 3 segundos me acordé que su papá tenía caballos, si. Pero que Lito ni sabía cuantos. No sabía andar a caballo. No tenía caballo. Y nunca había hecho ni el intento de agarrar una pala. Lito era muy bueno. Por supuesto que la maestra se secó sus lagrimas, secó las de Lito; y lo hizo sentar adelante para que haga el examen adeudado. Se sacó un 7. Seguro se sacó un 5 o un 6 pero la Seño Graciela ya había caído en sus trampa.
Pero, también es justo decir, que así como en algún momento la Seño Graciela se enteraría que Lito no tenía caballo; sus mentiras se descubrían o simplemente, eran increíbles. De ahí su fama.
Pero un día, que no me voy a olvidar en mi vida, pasó algo que cambió todo. Yo sé que ese día, me asusté mucho. Y Lito empezó a dejar de mentir.
Era martes. Las clases ya estaban terminando. Creo que faltaba esa semana y una más. Ese día había que presentar una carpeta con láminas que habiamos hecho durante todo el año y que debíamos presentar prolijamente. Esa entrega iba a ayudar a sumar algun puntito como para pasar Taller de ciencia. Yo no precisaba esos puntos, Lito si. Pero, todos debiamos presentarla por igual.
Al colegio entrabamos a las 7 de la mañana. En realidad entre 7 y 8 de la mañana, pero la idea era entrar antes de que empiece ese calor matinal seco que no te dejaba despabilar. Yo salí de casa un poco antes de las 7. Había claridad pero el sol estaba bajito. Se veía bien. Los campos verde oscuro pero aclarandose de a poco.
Del camino de mi casa al colegio eran 25 minutos caminando. Para cortar camino y hacerlo en 15 yo me iba por atrás de casa, bordeaba un alambrado y me sacaba a un caminito que daba al campo de Quintín, el tío de Lito. A veces, veía venir caminando a Lito y lo esperaba. A veces, él me esperaba a mi. Otras, no lo veía. Porqué no venía o por un simple desencuentro. Pero ESE día, el que me esperaba era él. Estaba paradito a 400 metros adelante creo. La claridad me permitía distinguir, a medida que me iba acercando, su gorrita roja y su mochila amarilla. A medida que acortabamos distancia, noté que me miraba fijo. Estaba quieto y mirandome. Caminé diez pasos mirándolo, sonriendo sin entender. Y de pronto me quedé quieto. Noté una resplandor blanco que pasaba entre mis piernas. Cuando alzé la vista para mirar a Lito, noté que el resplandor se hacía mas fuerte y salía por arriba mío también. No me queria dar vuelta. Era como si estuviese parado en el camino de un tren silencioso que me encandilaba de atrás y que se acercaba muy rápido. Sin sonido. Miré a Lito, estaba a 50 metros mío, y la cara era de absoluta sorpresa. Estaba inmovil. 
Estaba paralizado. No tenía miedo. Solo estaba congelado. Quieto en el lugar. Y Lito con la boca abierta formando una O muy graciosa. 
De pronto, algo pasa por encima mío. No se si a 2 metros o a 50. Sentí y ví una bola de luz gigante que ocupaba todo mi ancho visual. Pero no encandilaba ni hacía doler la vista. La Bola de Luz pasó por encima mío muy despacio. Y cuando estaba sobre Lito, empezó a subir. Y a subir. Muy despacio primero. Y a medida que empezó a subir mas rápido, ví como Lito se elevó. Estaba cómo a dos metros en el aire, Lito se sacudió como intentando librarse de algo invisible; y cayó al piso. La Bola de Luz subió a una velocidad tal, que pareció desaparecer. El día volvió a ser día. Yo quedé petrificado. Miré a Lito que demoraba en pararse, pero cuando lo hizo me miró. Fijo. Aterrado y sorprendido con las piernas llenas de tierra por la caída. Y salió corriendo. Yo también. 
No sé a donde fue Lito. Yo corrí derecho, pasé de largo mi casa y seguí corriendo. Corrí y corrí hasta que respiré de nuevo. Frené abajo de los pinos que bordean el camino rural y me quedé ahí toda la mañana. Mirando el cielo. 
Cuando llegué a mi casa al mediodía como siempre, hable poco y nada. Pasé desapercibido entre el ruido de la televisión y mi hermanita jugando, siempre pensando en Lito. ¿Qué habrá pasado con Lito?.
Ese día no volví a salir. De a ratos me acercaba a la ventana y miraba el cielo. 
Al otro día, como nunca, me hice el tonto y caminé al colegio pero por el camino largo. El de mi casa que sale al camino rural. Y esperé a que haya mas luz, aunque nunca deje de mirar para todos lados. Y pensando en Lito. Que me diría cuando lo vea?. Yo decidí no contar nada en casa porqué..... porqué era increible. Porqué ni yo sabía que habia pasado.  Ni yo sabía que contar. 
Cuando entré al aula, Lito estaba parado delante de la maestra. Algo le estaba murmurando. La maestra le dijo que después le iba a pasar el tema del trabajo práctico que tenía que entregar la semana que viene. Si o si.
Yo me acerqué a la maestra, le di mi carpeta de láminas, le dije que me había sentido mal y me fuí a sentar a mi lugar. Sin dejar de mirar a Lito, que tambiénn me miraba serio.
En el recreo ni bien pude, lo agarré del brazo y me lo llevé abajo del arbol que usamos de arco en el fulbito. No llegué ni a abrir la boca que Lito abrió la suya: Ud sabe! Vió que no soy mentiroso? Yo no sé que paso!. Yo tampoco le dije. Corrí asustado y todavía no se que pasó. 
Lito me miró compungido y me dijo, " esos hijos de puta se me llevaron la mochila con las láminas". Yo no sabía que decirle. Hoy todavía me causa gracia la cara con la que me miró al decirlo. 
A la semana siguiente, Lito presentó el trabajo práctico en reemplazo de las láminas, sumo ese puntito que precisaba y Taller quedó en el pasado. 
Pero ese mediodía. El día después de la Bola de Luz, volviendo a casa mirando al cielo, le pregunté: qué le dijiste a tus papás? Qué le dijiste a la maestra?
Nada a nadie, me dijo. Quien me iba a creer? A la seño le dije que había perdido la carpeta. Se iba a enojar si le decía que se la llevaron los marcianos. No me iban a creer. 

El tiempo pasó. Nos fuimos yendo del Libano para estudiar y trabajar. Algunos seguimos volviendo porque quedan los parientes. Otros, como la familia de Lito, se fueron y no volvieron. A Lito no lo volví a ver nunca más. Pero cada vez que vuelvo a lo de mis padres, miro al cielo y espero que los marcianos hayan aprendido algo de nosotros, aunque sea a través de las láminas de Lito.


miércoles, 15 de julio de 2020

El Medidor

Cada cumpleaños, especialmente después de los 50, se lo festejaban cada vez más y con más opulencia. En parte porque el dinero acompañaba, pero también por evidente  necesidad. Y no suya. Mas bien del resto de la familia. A él las frivolidades no lo mosqueaban. No recuerda cuando, pero unos cumpleaños atrás estaba por servirse un vaso de su bourbon preferido (que valga la redundancia, no era el mas caro sino, el que lo había acompañado toda la vida), cuando de pronto escucha: "Don José, una foto con su hija" y al darse vuelta no había uno, había tres fotografos.
Don José, le pregunto a su hija menor al oído y de manera muy discreta, mientras posaba para la foto: "¿No alcanzaba con un fotógrafo?". A lo que ella entredientes le respondió: "Callate que son de las revistas, los invitó mamá".
Ahora a mí cumpleaños, venían fotografos de las revistas, pensaba mientras sonreía. Lo que faltaba.
No tenía nada que esconder. Nada que no haya sido escondido en su momento, nada fuera de otro mundo ni tampoco había una familia por ahí esperando a un ser querido que nunca iba a llegar. Nada de eso. ¿Un poco sucio el camino hasta acá?, quizás. No como otros. Necesario diría. De hecho, nadie se hizo millonario siendo monaguillo. 
De pequeño, sin querer, empezó a darle forma a su carrera de empresario. Siempre que terminaba de jugar a la pelota con los amigos, se iban al almacén. Se paraba en la puerta y juntaba las monedas de todos para comprar una gaseosa en botella de vidrio. La mas fría que el verano podía demandar. Pero un día, al pequeño José, se le ocurrió un "negocio". Por la misma plata que compraba la botella de vidrio, él quería las papasfritas también. Salió del almacén con dos escobas, al mismo tiempo que depositó una en las manos de uno de sus amigos, a lo qué les dijo con voz segura: "Barremos la vereda rápido y nos dan papasfritas". Nadie tuvo tiempo de retrucarle nada, dos minutos después juntó nuevamente las escobas para llevarselas al almacenero y al salir del almacén, lo hizo con la gaseosa de siempre y dos paquetes de papasfritas. De los grandes. Y lo amaron, ¿como no hacerlo?. 
Pero, si hay que poner clavo en el inicio de su actividad, hay que hablar del medidor del gas. Y del señor medidor.
Su primer año del secundario fue muy fructuoso. Sus actividades rendían pequeños e inocentes frutos, destinados a solventar sus primeros y adolescentes gastos. 
El principal de ellos, venía del alquiler de películas pornográficas. Había descubierto que en la casa de su tío, estaba habilitado el servicio de canales para adultos en el cable. Era la primera época, una novedad entre los grandes que se había filtrado entre las edades mas bajas. Su modus operandi era digno de contar. Se quedaba el fin de semana para pasarla con sus abuelos y su tío, y cuando se estaban por ir a dormir, en el menor descuído, insertaba en la videocassetera un vhs virgen, programaba en un horario de madrugaba y dejaba todo seteado para grabar, mientras dormía todo el mundo. Nadie sospechaba nada. Al empezar la semana de colegio, llegaba con material fresco para sus amigos, quienes luego de pagar una módica e inocente suma, se hacían del vhs hasta el viernes. Tenía 3 mas circulando. Con esos 4 vhs llenos de pornografía, el sábado si había baile, él se lucía. Si era en el boliche, pagaba gaseosas a todos en la matinee. Si era en una casa, llegaba con muchos snacks. A veces hasta más de los que ponía el dueño del baile. Alcohol no. Ni en el boliche ni en la casa del baile. Afuera si.
Antes de entrar al baile, siempre sacaba una petaca de algo. Se sentían grandes. Entre 7 u 8, se pasaban una petaca de algo, bien rapidito. Que no los vea nadie. Y entraban medio mareados, riendo; y corajudos para sacar a bailar a las chicas. Y las chicas siempre iban, porque ellos, tenían pinta de grandes. Fumaban y tomaban alcohol. "Son re copados" cuchicheaban después. 
Con el correr del tiempo, dentro de su menú, empezó a "vender" la bebida también. Era regalón, ojo. Pero si tenías una salida con otro grupo y querías llevar algo, antes tenías que verlo a José. Para que jugarsela uno yendo al almacén, corriendo riesgos de que los descubran sus padres. Se encargaba José.
No tenía ni 15 el Empresario juvenil, y te daba a elegir encima. Qué épocas.
Pero ¿donde almacenaba todo este joven emprendedor?. Si. En el medidor de gas. 
Había descubierto "la boveda", cómo le gustaba llamarla, un día que vió al señor de la empresa de gas, tomando los datos del medidor. Empezó guardando sus cigarrillos, después el licor, una botella de vino tinto sin etiquetas que cargaba con vino de cartón (porqué se dió cuenta que el vidrio mantenia mejor la temperatura) y los vhs. Bueno los vhs raras veces, ya que solían vivir alquilados. 
Un día, volviendo del colegio con los walkman puestos, dobla la esquina camino a su casa cuando de pronto ve con sus propios ojos, la espalda del señor del gas, saliendo de su casa y alejandose hacia el medidor vecino, guardando una botella en su morral. No hacía falta mucha ayuda para saber que era la botella de vino sin etiqueta. Se detuvo por un momento, pero no se puso nervioso. El sabía que esto podía pasar. Si bien no sabía a ciencia cierta cada cuanto venía ese señor, intuía que cuando sucediese, le iba a sacar algo. Era obvio. Abrir un medidor y encontrar botellas, cigarrillos, cómo no llevarse algo?. 
Eso sí, lo que no esperaba, era presenciarlo. Pero lo que hizo en ese momento, lo describe por lo qué es hoy.  Aceleró un poco el paso, pero al llegar a la casa contigua a la suya, fingió caminar normal, como si su casa estuviese a unas cuadras de allí. Escuchó a sus espaldas como el señor del gas cerraba la puerta de chapa del medidor de doña Ines, y luego la reja de la calle. Dejó que ese señor haga su trabajo en tres casas más, y lo esperó en la esquina. 
"La botella que ud sacó del medidor de allá atrás y qué puso en el morral, es mía".
La frase y la mirada del joven, sobresaltaron al señor del gas. Este se detuvo en seco al mismo tiempo que por reflejo, negó la acusación. " Yo no agarré nada" le dijo con sorpresa al joven. Nunca se iba a imaginar lo que venía. 
"¿Ud fuma?" le preguntó José al sorprendido señor del gas. 
"No", respondió seco el señor. Bueno, al menos ya sé que no me sacó los puchos, pensó José rápidamente. 
"Yo no sé cada cuanto venís, pero cuando vengas, ya vas a saber que llevarte. Te vas a dar cuenta. Pero NUNCA, abras el medidor si está mi mamá. Y NUNCA te lleves lo que no es tuyo. Siempre voy a dejarte algo en agradecimiento de que no vas a contar nada".
El señor del gas, quedó boquiabierto. No sabía si largar una carcajada y abrazar a ese pequeño personaje o salir corriendo asustado. Tardó 5 segundos pero asintió con la cabeza y se fué. No sin antes mirar dos veces hacia atras para ver al joven caminando a su casa. Quería asegurarse, a esta altura de la situación, que no venía corriendo con un arma en la mano. Parecía una película de gangsters.
Ese años pasó un par de veces más, y al año siguiente otras tantas veces, y siempre encontró una botella de vino con un moño. No era un vino caro, pero no dejaba de serle simpática la peculiar situación. Inclusive para navidad,  José lo sorprendió con una botella de sidra también. Había una nota pegada a la botella: "Felices Fiestas. Para compartir entre amigos. José". 
A las pocas semanas,  José salía de su casa para ir a jugar a la pelota con los amigos, y al cerrar la reja para irse, lo vé venir al señor del gas. Algo le llamó rapidamente la atención. Esta vez no tenía el conjunto marrón de siempre, con las siglas de la empresa de gas en la solapa del bolsillo. Venía caminando en shorcitos y remera. Con una bolsa pequeña de papel madera en su mano. 
"Hola José!", saludó con confianza. No hacía falta presentaciones. " Te quería traer un regalo a vos esta vez". A José lo tomó por sorpresa. Extendió la bolsa hacia él y este, curioso como cualquier joven de su edad, vio una petaca. Y por la etiqueta, de las caras. Ya la había visto en un poster de su banda de rock preferida y obviamente, en la vidriera de bebidas importadas de la galería del centro. Y esa misma etiqueta, blanca y negra donde leía la palabra BOURBON, siempre le había llamado su atención. 
El señor del gas, resulta que iba a empezar a trabajar por cuenta propia y ya no vendría a tomar los datos del medidor. No iba a venir más, pero tampoco podía dejar de cerrar esa relación con el joven José. Esa extraña relación con secreto de por medio. Le explicó a José, que su compañero próximo a reemplazar su zona, ya estaba al tanto de SU medidor. Que el secreto se mantenía. Y que el nuevo señor del gas, no tomaba alcohol, pero fumaba. Cigarrillos negros.
José sonrió agradecido por el dato, estrechó la mano de su primer confidente y le deseo exitos en su emprendimiento.
Nunca más se volvieron a ver.
Y ahora, mirando el vaso de bourbon que sostenía en su mano, agradeció en silencio ese regalo. Esa petaca de las caras. Y sonrió para la foto de los seis fotógrafos, mientras su esposa sonreía emocionada detrás de estos.





miércoles, 8 de julio de 2020

Golosinas

Metió la mano en el bolsillo derecho de su campera y sacó una barra de cereal. O mejor dicho, media barra de cereal. De manzana. Odiaba la manzana. Pero no había mucho que elegir últimamente.
Mientras comía se asomó por el hueco del ascensor 2 y contempló la nada misma hacia arriba y hacia abajo. La semi oscuridad en el hueco recorría 3 o 4 metros hacia ámbas direcciones. No mucho más. Solo veía la escalerilla de mantenimiento, ubicada entre ambos huecos, y escombros donde debería estar el hueco del ascensor 1. 
La poca luz que había, provenía de las luces de emergencia del estacionamiento a sus espaldas, mas precisamente de 4 hileras de plafones que le ayudaron a no enloquecer (según su reloj), los últimos 4 días. La luz entraba por el hueco que había logrado abrir entre los escombros, con sus propias manos, dejando ver detrás de él, una cueva artificial con paredes de cemento derrumbadas del tamaño de una oficina. Y la maquina de golosinas y gaseosas.
Había enviado un mensaje de texto a su hermana antes de poner su teléfono celular a cargar debajo del escritorio de Recepción y luego había bajado por el ascensor a tomar algo, era su break de 5 minutos. Saliendo del ascensor 2, a no mas de 4 metros estaba la misma maquina de golosinas y gaseosas que le había hecho compania en cada descanso de 5 minutos de los últimos 5 años. Prefería bajar al segundo subsuelo, al estacionamiento, y no "descansar" en un salón comedor lleno de gente o en alguno de los bares ostentosos emplazados en la galeria que adornaba la base del edificio.
Lo último que recordaba era haberse agachado a buscar la latita de gaseosa que le entregaba la maquina y después, el ruido. El mas fuerte y aterrador que había oído en su vida. Miles de explosiones dentro de explosiones que duraron horas. ¿Como saber cuanto tiempo pasó?. Vivió una pesadilla de incertidumbre, terror e incredulidad por una eternidad.
Cuando se animó a mirar, esos plafones que nunca dormían, iluminaron un espacio, estaba encapsulado en el estacionamiento. Dentro de esta capsula, él y la maquina de golosinas y gaseosas. Se cayó el edificio encima y estaba vivo. En una cueva artificial encerrado con una maquina de comida y bebidas. Bueno, pensó. ¿Lo peor con suerte?. ¿O una agonía de dulzura hasta que se acabe el oxigeno?
Ahora lo único que tenía por delante en su vida, era pasar por la puerta del ascensor, girar, agarrar cada uno de los peldaños de acero incrustados a la pared entre los huecos, simulando una escalera. Antes, era util para que los técnicos suban y bajen para reparar los ascensores. Ahora, era quizás, una esperanza. No sabía, en esa oscuridad, cuantos metros iba a poder subir. Que no haya escombros en ese hueco le indicaba o bien que el ascensor estaba sosteniendo el peso del edificio (y por supuesto como dejar de pensar que iba a sostenerlo sólo hasta que él este subiendo, para colapsar y matarlo horriblemente); o bien los escombros eran tan grandes que tapaban el hueco y el ascensor....bueno, de ser así ya no importaba.
A medida que subía cada peldaño, cerraba sus ojos y tanteaba con la mano izquierda para guiarse. Sí lograba seguir subiendo primero debería poder tantear la puerta del primer subsuelo, siempre esperando que su cabeza no choqué contra nada. Eso significaría un techo de escombros o el ascensor que mantiene todo un edificio caído encima.
La puerta llegó. Sintió en sus dedos lastimados el frío del metal. Bien. Tenía que subir un piso mas y lograr abrir la puerta del lobby. 
Ya había pasado tiempo pensando en por qué nadie había hecho ese camino a la inversa para rescatarlo. Por qué no le llegaba mas ruido que el de derrumbes y no de sirenas.
Llegó a la puerta pero no pudo abrirla. Disponía de una sola mano para hacer fuerza. Y la pierna. Su otro hemisferio corporal estaba parado y sujeto a la escalerilla. Lloró en los últimos intentos por la desesperación. Pero tenía que seguir intentando. O seguir subiendo.
Le dolían los dedos. Ya no le quedaban uñas en la mano izquiera de tantos intentos de abrir puertas inutilmemte. Varias veces casi resbala del peldaño pudiendo caer, a una altura de 4 o 5 pisos. O 6. Había pasado la puerta del lobby y otras más. No podía mantener la cordura en ese momento y menos contar o recordar. A veces se abría un espacio entre escombros del hueco vecino pero meterse ahí buscando la otra puerta no era una opción. 
La puerta que pudo abrir, abrió facilmente. Sin resistencia. Solo abrió una de sus paneles. Suficiente para pasar haciendo una pequeña contorsión.
Cayó de espaldas en el piso de alfombra y en su empapada y sudorosa espalda se clavaron miles de pequeñas piedritas. ¿Que importaba?. Se durmió inmediatamente en la oscuridad. O se desmayó por la tensión del momento. Imposible saber.
Cuando abrió los ojos, distinguió que la luz de emergencia ubicada en el pasillo de ese piso, estaba obstruida apenas por un panel de cielorraso. Lo retiró con la mano sana, desprendió el pequeño artefacto encendido sobre su soporte y pudo distinguir el apéndice del pasillo a su izquierda, o sea la salida del ascensor 1 en ese piso e inmediatamente después, la puerta de la escalera de emergencia. Pero el pasillo, que debería correr frente a él y que daba a las habitaciones, estaba completamente obstruído por el derrumbe delante suyo. Ok. Solo podía ir hacia su izquierda, a las escaleras de emergencia y rezar que no haya un derrumbe del otro lado que le impida abrir. Casi. Al mirar hacia arriba era evidente que el derrumbe era real, pero había escalera para subir un piso mas. Era otra oportunidad de no morir. Quizás.
Subió apresuradamente sujetando la luz, miró el número 11 pintado en la pared sin dejar de subir y riendo. El cálculo de pisos en la oscuridad del hueco de un ascensor durante un ascenso a ciegas, no era su fuerte claramente. Agarró el picaporte y al abrir la puerta que daba al pasillo del piso 11, lo envolvió la noche.

El amanecer lo encontró, un rato mas tarde, sacandole un trozo a una nueva barrita de cereal de manzana. Al morder, la manzana ácida se mezcló con la sal de sus lagrimas. Los primeros rayos de sol brillaban en sus ojos inundados. 
Al abrir la puerta del piso 11, no había un pasillo. Solo un semi rectangulo de piso, sin techo ni paredes. Se podía decir que estaba contemplando la nueva terraza pero en el piso 11, de un ex edificio de 46 pisos. Y el horizonte era de polvo y humo.
No había ciudad. No había mas rascacielos. No había calles. No había nada. Lo que fuese que había ocurrido, por supuesto él no lo sabía, se había llevado TODO. Esa no era zona de terremotos. Y su país no estaba en conflicto con nadie. Ahora el paisaje eran solo incendios, y abajo se distinguía un baldío de destrucción y autos achicharrados. Torres derrumbadas no mas altas que la misma torre que le había servido de techo durante 5 años, puestas como hileras de dientes mal crecidos y torcidos, en la boca de un monstruo.
A medida que salía el sol, la destrucción se expandía hacia todos los puntos cardinales.
El guardó su barra de cereal en el bolsillo derecho de la campera y pensó con tristeza cuanto iba a extrañar a las manzanas.