martes, 20 de octubre de 2020

Deidad al Sol


Estar asoleándome no sé si es un placer o un derecho. Realmente no lo sé. Creo que depende de qué lado de mi cuerpo este siendo acariciado por el sol. O depende del momento del día en qué este insignificante pensamiento cruce mi mente. Mi mente brillante, colectivamente individual. 

Estoy desde siempre. El tiempo para nosotros, para mí, no es una preocupación. Mi civilización es ¡casi eterna!. Inclusive contar la cantidad de mundos donde estamos sería una pérdida de tiempo, sería tentar al olvido de alguno de ellos. ¡Injusticia! Todos son importantes. No podría cometer el pecado de olvidar alguno de estos lugares y con ellos, cantidades incontables de otros como yo.

Pero volvamos a la Estrella de este lugar. Sol, le dice ella!! Qué lindo que es. Aun cuando con los ojos cerrados, genera ese rubor bermellón que me lleva a un desierto de sueños y de conexiones con los míos. De un estado físico visible de sueño profundo, compartiendo mi realidad, a través de una conexión sin distancia con todo lo que somos. Con lo que soy. 

El descanso, sintiendo el calor en cada partícula de mi presencia física, es sistemático. Es casi un ritual. Siempre que el Sol quiera estar. Por supuesto, tanto poder no tengo. Creo que podría intentarlo…pero no le veo el sentido. Manejar el clima no es algo que nos preocupe.

Nuestra presencia en este mundo, es accidental. Porque no es la primera vez que vinimos, cuando finalmente nos quedamos. No. Nada de eso. La primera vez fue incómoda. No vimos siquiera la necesidad de hacer el intento de presentarnos y ser amados. Pero cuando volvimos a pasar, el sitio se veía diferente. Inclusive, había nuevas criaturas. Diferentes, más pequeñas. Y menos aprendidas que en varios de otros mundos, donde al menos al principio, mantenían una cierta distancia. La mínima y deseable les diría. En un 97%, ningún ser de otro mundo huele bien. El otro 3%, no disipa olores por sus cuerpos. Ni buenos ni malos. Pero también carecen de secreciones químicas que los hagan divertidos o disfrutables. Preferimos el 97% mal oliente. 

En este mundo, ni bien divisaron nuestra magnánima presencia, se abalanzaron hacia nosotros con plena y eufórica intención de alabanza. Nos tocaban. No recordamos sensación colectiva de higiene tan grande como en ese momento. La pulcritud no era una opción en los comienzos.

Pero heme aquí. Pasando mi existencia plena, con mis propios esclavos o devotos, como quieran llamarlos. No puedo negar mi apego hacia ellos. Son muy torpes, pero cada uno único en su forma. Demostrando día a día, o mejor dicho, cada tanto; su adoración mediante alguna que otra ofrenda. 

Qué lindo que se siente el Sol. En vez de seguir pensando, voy a comunicarme. A pesar de las extrañas melodías que empezaron a sonar, dejaré mi forma física cargando energía con cada rayo que llene cada molécula. Por dentro y por fuera. Como cada día. Siempre cuando yo quiero.


La joven salió de la cocina tarareando una canción. Agarro su teléfono celular, abrió la aplicación de la música al instante, y puso esa canción. Automáticamente, esa canción resonó en los parlantes que estaban prolijamente colocados en unos estantes, cerca de la ventana.

Sujeto firme el termo de mate. Agarró el mate con la otra mano, sin dejar de bailar el comienzo de su canción favorita, y fue bailoteando alegremente hacia su balcón. Cruzo las piernas y fue descendiendo, lenta y armoniosamente hasta sentarse como nativa, en el piso. Cerró los ojos y miró al Sol mientras empezaba a cantar su canción. La que llenaba el aire matinal de sábado. 

Se sirvió el primer mate y miro a Lechuga, su gato. Su hijo, su amigo, su Dios, su mascota, su tigre. Su compañero. Estaba dormido, de costado. Con el sol dándole de lleno en ese lomo amarillo. Lo acarició cuán largo era, sintiendo la tibieza del sol en los pelos sedosos. 

Qué placentero que es verlo dormir, pensó. ¿Con que estará soñando?.